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lunes, 17 de febrero de 2014

Hoy hable con el Carioco.


Estaba sentado en el banco al sol: me ha contado más cosas de su vida, después de darle unas monedas.

Me dice que quieren sacarlo de su casa porque es muy viejo y no reúne las condiciones adecuadas para ser un hogar. Vive en la calle San Andrés por la plaza del reloj.

Daba saltos en su conversación, creo que se siente a gusto charlando conmigo y quisiera tocar todos los temas retando al tiempo que se agota de los que vienen y van con prisas en la ciudad como yo.

Me dijo que superó un apuñalamiento (era niña en el barrio de Singuerlín y que aún lo recuerdo) y eso le ha dejado secuelas: dolores de espalda y cervicales.

Muy delgado y demacrado tiene ojos tristes que miran como perrillo lastimero. Su vida es la calle, rebuscar, encontrar, hablar con la gente y no podría soportar verse entre cuatro paredes, está preocupado…

Yo intenté tranquilizarlo diciéndole que quizá el “abogado” que tiene que ir a su casa no es para echarlo, si no para que tenga mejor calidad de vida.

No sé si mis palabras le han dejado algo más calmado pero cuando me despedí de él se levantó y me dio un beso en la mejilla.

Yo se lo retorné.

Imagino que un beso para un indigente tiene el valor de lo que no está escrito ya que los que nada tienen en esta sociedad extraña donde el despotismo se disfraza de cordialidad y el hambre agudiza el ingenio para vivir, un gesto amable, la palmada en la espalda, el saludo o un sencillo beso representa mucho más que los que todo tienen y que por supuesto pasan por su lado sin darle importancia.

Un beso.

Tenemos a diario besos asegurados, del padre al llegar a casa, de la madre al irte al colegio, un beso de hermano o de abuela… besos… por inercia… besos porque tocan… besos por educación, por quedar bien… sin que nadie a penas se dé cuenta, de que fije la atención en ese beso que da.

Un beso real, un beso de calor humano; con la importancia que se merece.

Me deseó que tuviera un buen día y sonrió después.

La sonrisa de Manuel (el carioco) es la sonrisa sincera con ausencia de dientes y del que nada espera a no ser que el sol siga brillando en la mañana de febrero cuando tímidamente empieza a despedir el invierno.

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